Lección 7
CONTINUACIÓN: CREO EN JESUCRISTO,
SU UNICO HIJO, NUESTRO SEÑOR
Jesús es el Verbo encarnado, una sola persona e inseparable: no se puede separar a Jesús de Cristo, ni hablar de un «Jesús de la historia», que sería distinto del «Cristo de la fe». La Iglesia conoce y confiesa a Jesús como «el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Cf. Jn 1,2.14; Mt 16,16).
En Cristo «reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2,9) y «de su plenitud hemos recibido todos» (Jn 1,16). El «Hijo único, que está en el seno del Padre» (Jn 1,18), es el «Hijo de su amor, en quien tenemos la redención.
Pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la plenitud, y reconciliar por Él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1,13-14.19-20)5.
Jesús no ha traído una doctrina, que puede desvincularse de Él; ni una moral, que se puede vivir sin Él. Él es la Palabra. Y lo mismo vale con relación a su obra: su obra salvadora es el don de sí mismo.
La fe en Jesús como Cristo es, pues, una fe personal. No es la aceptación de un sistema, de una doctrina, de una moral, de una filosofía, sino la aceptación de una persona.
- SU UNICO HIJO
a) El Cristo es Hijo de Dios
La radical mesianidad de Jesús supone la filiación divina. Sólo el Hijo de Dios es el Cristo. No hay otro nombre en el que podamos hallar la salvación (Cf. Hch 4,12). Como dirá San Cirilo de Jerusalén a los catecúmenos:
“Quienes aprendieron a creer «en un solo Dios, Padre omnipotente» deben creer también «en su Hijo Unigénito», porque «quien niega al Hijo no posee al Padres (1 Jn 2,23). Dice Jesús: «Yo soy la puerta» (Jn 10,9), «nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,16); si, pues, niegas a la puerta, te cierras el acceso al Padre, pues «ninguno conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo revele». Pues si niegas a aquel que revela, permanecerás en la ignorancia. Dice una sentencia de los Evangelios: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él» (Jn 3,36).
En Cristo los hombres tenemos acceso a la vida misma de Dios Padre (Ef 3,11-12). Participando en su filiación entramos en el seno del Padre: «¡Padre, los que Tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo!» (Jn 17,24). Por ello «quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y el en Dios» (1Jn 4,15; 5,9-12).
Hablar del Hijo de Dios es hablar de la acción salvífica de Dios, pues «El que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con El gratuitamente todas las cosas?» (Rm 8,32). Mediante el Hijo del Padre, recibimos la reconciliación con Dios (Rm 5,10), la salvación y el perdón de los pecados (Col 1,14) y nos hacemos también nosotros hijos de Dios, (Cf. Gál 4,4-7; Hb 1, 1-3).
La confesión de la filiación divina de Jesús no es una curiosidad racional. Es una buena noticia, fruto de la experiencia cristiana de la Iglesia: el cristiano no es ya hijo de la ira, ni está condenado a la orfandad definitiva que acosa a todo ser finito, ni vive amenazado por la soledad irremediable. En Jesús, el Hijo Unigénito del Padre, el cristiano ve realizada la llamada de Dios a la vida eterna. Dios tiene un Hijo, es decir, no es soledad sino comunión y, por ello, la vocación del hombre, creado a imagen de Dios, es llegar a ser en Cristo hijo de Dios, pasar de la soledad y aislamiento en que le ha encerrado el pecado a la comunión eterna con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Para Juan, pues, como para Pablo, la fe se centra en la confesión de Jesús como Mesías e Hijo de Dios, (Cf. Rm 8,3.29-32¸Jn 20,31¸1 Jn 4.9-10; Jn 1,12-16).
b) El crucificado es el Hijo de Dios
¿En qué realidad se funda esa especial relación de Jesús con Dios que nos permite llamarle Hijo, el Hijo Unigénito, el Hijo querido? El Nuevo Testamento nos describe esa relación filial de Jesús con Dios Padre. Jesús se dirige a Dios con una palabra del lenguaje familiar, como se dirige un niño a su padre, expresando su infinita confianza y amor: Abba, papá.
Jesús es confesado como Hijo único -Unigénito- y como Primogénito de muchos hermanos.
Esta filiación es el fundamento de la reciprocidad de señorío y salvación entre Jesús y el Padre. Aquellos a quien Jesús acoge son acogidos por Dios; a quienes incorpora en su comunión son reconocidos por Dios. La aceptación o rechazo de Jesucristo determinan el destino del hombre ante Dios (Cf. Lc 9,48; 10,16; Jn 13,20).
La filiación de Jesús es proclamada por la voz del Padre en el bautismo y en la transfiguración: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco: escuchadle» (Mt 17,5; 3,17; 1 Jn 5,9-12; 2 Pe 1,17-18).
3. NUESTRO SEÑOR
Jesús, al vaciarse totalmente de sí mismo, en obediencia filial, se convierte en Señor de todo el universo (Cf. Filp 2,6-11; Ap 5,9ss).
Jesús es la imagen que Dios ha proyectado de sí mismo hacia los hombres y el espejo del hombre ante Dios. El rostro de Dios brilla en Jesús y en Jesús se revela al hombre el verdadero ser del hombre. Jesucristo revela qué es el hombre delante de Dios y qué es Dios para el hombre. Él es Hijo de Dios y es nuestro Señor.
La Escritura expresa la resurrección y exaltación de Jesús con la confesión de fe en Cristo como Kirios: «Jesús es el Señor» (Rm 10,9; 1Cor 12,3; Filp 2,11). Es la confesión cultual de la comunidad cristiana: Maranathá:«Ven, Señor» (1 Cor 16,22; Ap 22,20; Didajé 10,10,6). Pablo llama Kirios al Señor presente y exaltado en la gloria junto al Padre. Exaltado a la derecha del Padre, está también presente por su Espíritu en la Iglesia (2 Cor 3,17), sobre todo, en la Palabra y en la Celebración eucarística. El Señor presente en la Iglesia hace al apóstol y a cada cristiano servidores suyos: (Cf. Rm 14,7-9; 1 Tim 1,2,12; 1 Cor 8,6).
Pues ninguno de nosotros vive para sí mismo, y nadie muere para sí mismo; si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor; vivamos o muramos, pertenecemos al Señor. Para esto murió Cristo y retomó a la vida, para ser Señor de vivos y muertos.
Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y también nosotros
La confesión de Jesús como Señor forma parte del contenido más antiguo de la tradición bíblica y de la formación del Credo cristiano. Pablo encuentra esta confesión en las comunidades cristianas cuando se convierte a Cristo (He 26,16).
A causa de esta confesión de Cristo como Señor, los primeros cristianos entraron en conflicto con el Imperio y con el culto al Emperador. (Cfr. 1Cor 15,31),
La confesión de Cristo como Señor es hoy, como ayer, el fundamento de la libertad cristiana frente a tantos señores que presumen de poseer la clave de salvación de la humanidad y reclaman para sí el poder y la gloria. Frente a todos estos señores, la Iglesia de nuestro tiempo proclama, en fidelidad a la tradición apostólica del Credo, que «Jesucristo es la clave, el centro y el fin de toda la historia humana» (GS, n.10), pues «el Señor es el punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia humana, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones» (n.45).
Ser cristiano es reconocer a Jesucristo como Señor, vivir sólo de Él y para Él, caminar tras sus huellas, en unión con El, en obediencia al Padre y en entrega al servicio de los hombres. Ser en Cristo, vivir con Cristo, por Cristo y para Cristo es amar en la dimensión de la cruz, como Él nos amó y nos posibilitó con su Espíritu. Esta es la buena noticia que resuena en el mundo desde que el ángel lo anunció a los pastores en Belén: (Cf. Lc 2,10-11; Hch 10,36).
Taller No 7
1. Leer lo que el catecismo nos presenta sobre este artículo del credo.
2. Redacte una catequesis Kerigmática para los miembros de una prisión presentando a Jesuscristo como salvador.
Taller No 8
- Averigua ¿qué es cristología?
- Expone 3 de las herejías cristológicas que se hayan dado en la historia.
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