«...PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO;
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO»
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO»
¿Qué hace Poncio Pilato en el Credo?
No pocos se extrañan de encontrar en una formulación de fe tan escueta
como es el Símbolo Apostólico, la mención de Poncio Pilato. Pero en realidad
ésta fue una necesidad, para que los cristianos de los primeros tiempos,
tentados por las modas de aquellos días a espiritualizar al Señor, tuvieran
siempre presente que Jesús había predicado y realizado las obras de Dios en un
lugar y tiempo determinados; es decir, que el Logos se había encarnado y se
hizo parte de nuestra historia, comprometido con los hombres y vivido sus
circunstancias humanas.
No es, pues, Jesús un mito o leyenda de los que se cuentan desde
siempre: «Había una vez un hombre...». No. Tampoco es Jesús un superhombre, una
proyección de las ansias de grandeza del hombre y de su sed de poder.
Jesús de Nazaret es un personaje histórico, que vivió en un determinado tiempo de los emperadores romanos Augusto
y Tiberio, en una provincia del gran imperio romano, llamada Palestina.
Jesús está dentro de la historia humana.
Cómo eran las cosas en el tiempo de Jesús
En el tiempo de la vida pública de Jesús, la Palestina estaba bajo el
dominio político y militar del imperio romano. A pesar de gozar de una cierta
libertad, los judíos eran controlados por los romanos y no podían contrariar
los intereses del imperio.
Por su parte, las autoridades judías no estaban mayormente interesadas
en cambiar las cosas pues la alianza con los romanos les era muy ventajosa.
Esto garantizaba al sumo sacerdote y a su consejo un relativo poder de decisión
en asuntos relacionados con la política interna.
Con la muerte de Herodes el grande, su reino quedó dividido en tres
partes: Arquelao se quedó con Samaría y Judea; Galilea y Perea fueron para
Herodes Antipas, y Felipe asumió el gobierno de Iturea y Traconítide. Pero
Arquelao fue luego depuesto y tanto Samaría como Judea pasaron a depender
directamente de Roma.
Para gobernar estas regiones, Roma eligió procuradores.
Poncio Pilato es el quinto procurador romano que gobernó Judea y Samaría del 26
al 36, tiempo en que surge Jesús de Nazaret.
Las funciones del procurador eran bien claras: la primera era mantener
aquella región bajo el control de los romanos; además, poner orden en las
cosas, reprimir rebeliones y silenciar a la «oposición».
Además, era él quien nombraba al sumo sacerdote –y tenía poder de
destituirlo–. El sumo sacerdote era la autoridad religiosa y política suprema,
después del procurador romano. Por último, Poncio Pilato tenía el poder de
condenar a muerte a los que cometieran delitos políticos.
El Sanedrín
Toda la administración y la política interna estaban en manos de los
judíos, a través del Sanedrín. Éste era un Consejo integrado por setenta
miembros, todos ellos pertenecientes a las clases privilegiadas de los
sacerdotes, los fariseos y los escribas. La presidencia del Sanedrín siempre
correspondía al sumo sacerdote, que en tiempo de Jesús, era Caifás.
Este Sanedrín era también la corte suprema de justicia, después de Roma.
Podía decidir sobre todas las cuestiones, menos condenar a muerte a una persona
por delito político.
Es por ello que los jefes de los sacerdotes, escribas y fariseos
procuraban envolver a Poncio Pilato en el caso de Jesús, diciendo que él era un
subversivo que incitaba al pueblo a la revolución.
Así, de intriga religiosa, el caso de Jesús pasó a ser una intriga
política: de blasfemia pasó a delito político. En otras palabras: de subversivo
de orden religioso, Jesús pasa a ser considerado un subversivo de orden
político.
La clave para entender la condenación de Jesús a muerte no es entonces
Pilato, sino el Sanedrín. De hecho, la acusación política contra Jesús fue un
pretexto para acabar con el profeta que denunciaba a los judíos sus pecados por
no aceptar al Dios que se manifestaba en Jesucristo.
Todos los pecadores fueron los autores de la pasión de Cristo
La información dada anteriormente es para ayudarnos a comprender las
circunstancias de la sentencia de Jesús a morir en la cruz, pero el sentido de
su pasión y muerte es, obviamente, mucho más trascendente. Jesús murió en la
cruz por los pecados de todos nosotros. Todos somos responsables de su muerte.
La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos
no ha olvidado jamás que «los pecadores mismos fueron los autores y como los
instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor» (Catech. R. 1,
5, 11; cf Hb 12, 3.). Teniendo en cuenta que nuestros pecados
alcanzan a Cristo mismo (Cf Mt 25, 45; Hch 9,
4-5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más
grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos, con demasiada
frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos (Cat. Nº 598).
Fue crucificado, muerto y sepultado
La cruz no es, como muchos piensan, señal de resignación, de sumisión y
aceptación pasiva del sufrimiento. Por el contrario, ella es señal de no
aceptación del mal, del egoísmo, raíz de todo sufrimiento. Jesús murió por no
haberse conformado.
La muerte del Hijo de Dios no fue una muerte fingida. Este artículo del
Credo es crudamente explícito para evitar malos entendidos. Jesús fue
crucificado, es decir, fue ejecutado en cumplimiento de una sentencia dictada
por un tribunal oficial. Y, tras morir –como morimos los hombres–, fue
sepultado. Su muerte no fue una «representación». Los evangelios no quieren
dejar dudas al respecto: Jesús murió realmente. Juan dice:
Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las
piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al
instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es
válido, y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Y todo
esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno
(Jn 19, 33–36).
San Pablo afirma que, para los judíos, el mensaje de un Salvador clavado
en la cruz es un escándalo, una blasfemia y, para los paganos, es simplemente
una locura:
...nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los
judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que
griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad
divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más
fuerte que la fuerza de los hombres (1 Co 1, 23–25).
Aunque a algunos parezca chocante, al confesar este artículo del Credo,
estamos proclamando el amor que Dios tiene a los hombres y le estamos dando
gracias porque nos reconocemos beneficiarios de su amor. La muerte de Cristo en
la cruz no significa entonces que un hombre haya aplacado con su muerte la ira
de un Dios ofendido. Significa más bien que Dios ha tomado la iniciativa de
reconciliar al hombre consigo (2 Co 5, 19–20).
TALLER
1. Cuáles son los dogmas marianos y exponer dos de ellos.
2. Leer del CEC lo relacionado con la virgen María.
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